7.-LA NOVELA EUROPEA DEL S. XIX

 
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        SI QUIERES AMPLIAR TUS CONOCIMIENTOS SOBRE LA TÉCNICA REALISTA TE ACONSEJO LA LECTURA DE ESTE FRAGMENTO DEL ENSAYO DE MARIO VARGAS LLOSA LA ORGÍA PERPETUA,  SOBRE MADAME BOVARY Y LA TÉCNICA DE FLAUBERT: 
 
        La orgía perpetua, de Vargas Llosa (1)
En cuanto a técnica narrativa, la crítica unánime ha destacado la importancia que tiene el estilo indirecto libre, inventado por Flaubert, para la novela moderna. (…) La significación del estilo indirecto libre no se debe tanto a que esa técnica para mostrar la interioridad es usada por incontables novelistas contemporáneos con las mismas características que la usó Flaubert, sino a que fue el punto de partida de una serie de procedimientos que, revolucionando las formas narrativas tradicionales, han permitido a la novela describir la realidad mental, representar de manera vivida la intimidad psicológica. El estilo indirecto libre es, de un lado, antecedente del discurso proustiano para la lenta, oleaginosa reconstrucción por la memoria del tiempo ido, y, de otro, el precedente más inmediato del monólogo interior, tal como fue concebido, primero, por Joyce, en el episodio final del Ulysses, y, luego, perfeccionado y diversificado (para representar no sólo el desenvolvimiento de una conciencia "normal" sino también distintos tipos de "anormalidad" psíquica) por Faulkner. De este modo, todo el vasto sector psicologista de la novela moderna, en el que de un modo u otro la perspectiva dominante en la realidad ficticia es la mente humana, resulta tributario de Madame Bovary, la primera novela que intentó representar el funcionamiento de la conciencia sin recurrir, como se había hecho hasta entonces, a sus manifestaciones externas.


El gran aporte técnico de Flaubert consiste en acercar tanto el narrador omnisciente al personaje que las fronteras entre ambos se evaporan, en crear una ambivalencia en la que el lector no sabe si aquello que el narrador dice proviene del relator invisible o del propio personaje que está monologando mentalmente: "Où done avait-elle appris cette corruption, presque immatérielle à forcé d'être profonde et dissimulée?" ¿Quién es el sujeto que piensa? ¿Es el relator invisible o Léon Dupuis el autor de esta inquietante interrogación sobre la naturaleza de Emma? La astucia consiste en haber recortado la omnisciencia del narrador; ya no lo sabe todo, tiene dudas, su poder ha disminuido tremendamente, es idéntico al de un personaje. Y como hay un personaje —Léon Dupuis— que, según el contexto, percibe y sufre cada vez más la "corrupción" de Emma, el lector tiene la impresión de que se ha producido la transubstanciación, que es tal vez Léon y no el relator invisible quien se hace la pregunta.
Es un estilo empleado para narrar siempre la intimidad (recuerdos, sentimientos, sensaciones, ideas) desde adentro, es decir, para avecindar lo más posible al lector y al personaje. Antes de Madame Bovary la novela incluía los monólogos, por supuesto. En determinados momentos los personajes se hablaban a sí mismos y se contaban lo que sentían, pensaban o recordaban. En eso estriba la diferencia: se hablaban, no se pensaban. Aun cuando el narrador acote "Fulano pensó" y luego se retire de la narración, lo que queda en el relato es una voz, un personaje recitando, teatral, su vida interior, describiendo desde afuera, mediante un discurso lógico —que rara vez se diferencia gramatical o conceptualmente del de los diálogos— su vida subjetiva. El estilo indirecto libre, al relativizar el punto de vista, consigue una vía de ingreso hacia la interioridad del personaje, una aproximación a su conciencia, que es tanto mayor por cuanto el intermediario —el narrador omnisciente— parece volatilizarse. El lector tiene la impresión de haber sido recibido en el seno mismo de esa intimidad, de estar escuchando, viendo, una conciencia en movimiento antes o sin necesidad de que se convierta en expresión oral, es decir, siente que comparte una subjetividad. El método del que se vale Flaubert para lograrlo es un uso sabio de los tiempos verbales y, sobre todo, de la interrogación. He aquí un ejemplo en el que se describe la dicha que constituyó para Charles su matrimonio con Emma; el estilo indirecto libre hace que toda la descripción parezca (¿sea?) un monólogo silencioso del propio Bovary:
Jusqu'á présent, qu'avait-il eu de bon dans l'existence? Était-ce son temps de collège, où il restait enfermé entre ces hauts murs, seul au milieu de ses camarades plus riches ou plus forts que lui dans leurs classes, qu'il faisait rire par son accent, qui se moquaient de ses habits, et dont les mères venaient au parloir avec des pâtisseries dans leur manchon? Était-ce plus tard, lorsqu'il étudiait la médecine et n'avait jamais la bourse assez ronde pour payer la contredanse à quelque petite ouvrière qui fût devenue sa maitresse?
La crítica ha señalado que el estilo indirecto libre consiste en un empleo particular del imperfecto, que es e) uso maquiavélico de este tiempo verbal el que traslada la narración insensiblemente del mundo exterior al mundo interior y viceversa. La forma interrogativa es casi siempre un recurso complementario para facilitar ese desliz de un plano a otro, para que la muda de narrador omnisciente a narrador-personaje sea inadvertida, no provoque cesuras en el relato. Por lo demás, el imperfecto tampoco es absolutamente indispensable; en ciertos casos, para representar la vida mental del personaje sólo un instante, como un relámpago, basta la supresión del verbo: "Le père Rouault n'eût pas été faché qu'on le débarrassât de sa filie, qui ne lui servait guère dans sa maison. II l'excusait intérieurement, trouvant qu'elle avait trop d'esprit pour la culture, métier maudit du ciel, puisqu'on n'y voyait jamais de millionaire". No hay ninguna duda que quien habla, al principio y al fin de la cita, es el narrador omnisciente, que es el relator invisible quien describe lo que el père Rouault pensaba de su hija. En el párrafo hay un proceso de acercamiento a la conciencia del personaje. La primera frase es distante, el narrador describe algo que sabe y eso que sabe está lejos de él. En cambio, en la segunda frase el personaje está más cerca del relator invisible y del lector (la clave es el adverbio intérieurement), ¿y acaso la frase que he subrayado no parece una exclamación pensada por el propio père Rouault? Pero no, desde luego, su conclusión ("puisqu'on n'y voyait jamais de millionaire") donde es claro que vuelve a hablar el narrador omnisciente. La prosa de Madame Bovary debe al estilo indirecto libre su calidad plegable, extensiva y reductiva, que le permite efectuar todas esas mudas en el espacio y en el tiempo sin que se alteren el ritmo y la unidad narrativas. El discurso indirecto libre es lógico. Más tarde Joyce romperá esas normas lógicas para dar un equivalente más aproximado de la vida mental, creando lo que se ha llamado el stream of consciousness. Esto no hubiera sido posible, sin duda, sin la invención flaubertiana. El estilo indirecto libre significó el primer gran paso de la novela para narrar directamente el proceso mental, para describir la intimidad, no por sus manifestaciones exteriores (actos o palabras), a través de la interpretación de un narrador o un monólogo oral, sino representándola mediante una escritura que parecía domiciliar al lector en el centro de la subjetividad del personaje.

 

        Germinal, de Zola

Entonces el hombre comprendió que aquello era una mina. Pero le dio vergüenza acercarse. ¡Así como así, no iba a encontrar trabajo! En vez de dirigirse hacia el edificio, decidió acercarse hacia la plataforma, donde ardían tres hogueras de carbón de piedra, en canastillos de hierro, para alumbrar y calentar a los que trabajaban. Los obreros empleados en el corte debían de haber trabajado hasta muy tarde, porque aún estaban sacando tierra y piedra. Desde allí vio a los mineros empujando los trenes, y distinguió sombras vivientes volcando las carretillas y haciendo montones de hulla alrededor de las hogueras.

-Buenas noches -dijo, acercándose a una de ellas.

El carretero, que era un anciano vestido con un capote de lana morada, y abrigada la cabeza con una gorra de piel de conejo, estaba en pie, de espaldas a la lumbre, mientras el caballo, un penco tordo, esperaba, con la inmovilidad de una estatua, a que desocuparan las seis carretillas que arrastraba. El obrero empleado en esta faena, un mozo pelirrojo, no se daba prisa, tomando con calma la operación de ir aumentando el montón de hulla.

-Buenas noches -respondió el viejo.

Hubo un momento de silencio. El hombre, al advertir que le miraba con desconfianza, se apresuró a decir su nombre.

-Me llamo Etienne Lantier y soy maquinista. ¿No habría trabajo por aquí?

Las llamas de la hoguera le iluminaban, y gracias a ellas se veía que representaba veinte o veintiún años, que era moreno, bien parecido y de aspecto fuerte, a pesar de sus facciones delicadas y sus miembros menudos.

-¿Trabajo para un maquinista? No, no. Ayer mismo se presentaron otros dos. No lo hay.

Una ráfaga de viento les cortó la palabra. Luego Etienne, señalando el montón sombrío de los edificios que había al pie de la plataforma, preguntó:

-Es una mina, ¿verdad?

El viejo no pudo contestar. Un violento acceso de tos se lo impidió. Al fin escupió, y su saliva dejó una mancha negra en el suelo, enrojecido por la brasa.

-Sí, una mina; la Voreux. ¡Ése es el barrio de los obreros!

Y señalaba, con el brazo extendido, el pueblecillo. Pero las seis carretillas-vagones estaban vacías, y el viejo hizo crujir la tralla que llevaba en la mano, andando con trabajo a causa de los dolores reumáticos que atormentaban sus piernas. El caballo echó a andar, arrastrando las carretillas por los rieles, en medio de un nuevo vendaval que le erizaba las crines.

La Voreux iba saliendo como de un sueño ante la vista de Etienne, que mientras se calentaba en la hoguera sus ensangrentadas manos, miraba y distinguía cada una de las partes de la mina, el taller de cernir, la entrada del pozo, la espaciosa estancia para la máquina de extracción y la torrecilla cuadrada de la válvula de seguridad y de las bombas de trabajo. Aquella mina, abierta en el fondo de un precipicio, con sus construcciones monótonas de ladrillos, elevando su chimenea de aspecto amenazador, le parecía un animal extraño, dispuesto a tragarse hombres y más hombres. Mientras la examinaba con la vista, pensaba en sí mismo, en su vida de vagabundo durante los ocho días que llevaba sin trabajo y buscando inútilmente dónde colocarse; recordaba lo ocurrido en su taller del ferrocarril, donde había abofeteado a su jefe, siendo despedido a causa de ello, de allí, y de todas partes después; el sábado había llegado a Marchiennes, donde decían que había trabajo; pero nada; se había visto obligado a pasar el domingo escondido en la caseta de una cantera, de donde acababa de expulsarle el vigilante nocturno a las dos de la madrugada. No tenía un céntimo, ni un pedazo de pan: ¿qué iba a hacer en semejante situación, sin saber en dónde buscar un albergue que le resguardara del frío?

El obrero que descargaba las carretillas ni siquiera había mirado a Etienne, y ya iba éste a recoger del suelo el paquetito que llevaba, para continuar su camino, cuando un golpe de tos seco, anunció el regreso del carretero.

Luego se le vio salir lentamente de la oscuridad, seguido del caballo tordo, que arrastraba otras seis carretillas cargadas de mineral.

-¿Hay fábricas en Montsou? -le preguntó el joven.

-¡Oh! Fábricas no faltan -respondió-. Tendría que haber visto esto hace cuatro o cinco años. Por todas partes se trabajaba, hacían falta obreros, jamás se había ganado tanto. Pero ahora, ahora se muere uno de hambre. Es una desolación; de todos lados despiden trabajadores, y los talleres y las fábricas van cerrándose unos tras otros. No digo yo que tenga la culpa el Emperador; pero, ¿a qué demonios se va a guerrear en América? Todo esto sin contar los animales y personas que se están muriendo del cólera.

Entonces los dos continuaron lamentándose con frases entrecortadas y acento de desesperación. Etienne relataba sus gestiones inútiles desde hacia una semana: ¿tendrían que morirse de hambre? Pronto los caminos se verían llenos de gente pidiendo limosna.

-Sí -decía el viejo-, y esto acabará mal; porque Dios no tiene el derecho de dejar morir así a sus hijos.

-No todos los días se come carne.

- ¡Toma! ¡Si al menos se pudiera comer pan!

-¡Es verdad; si hubiera siempre pan!

-¡Mire! -dijo el carretero, volviéndose hacia el mediodía-; allí está Montsou.

Y con la mano extendida de nuevo, iba señalando en la oscuridad puntos invisibles a medida que los nombraba: allí, en Montsou, la fábrica de Fauvelle trabajaba todavía, aunque mal; la de Hoton acababa de disminuir el personal, y solamente las de Dutilleul y Bleuze, que hacen cables para minas, siguen trabajando. Luego, en un ademán elocuente, señaló al horizonte por la parte Norte: los talleres de construcción de Someville no han recibido ni la tercera parte de sus pedidos acostumbrados; en las fundiciones de Marchiennes se han apagado multitud de hornos, mientras en la fábrica de vidrio de Gagebois hay conatos de huelga, porque se habla de disminuir los jornales.

-Ya lo sé, ya lo sé -repetía el joven a cada indicación-; ya lo sé; vengo de allí.

-Aquí vamos bien hasta ahora -añadió el carretero-. Estas minas no han disminuido mucho la extracción; pero, allí enfrente, en La Victoria, ha aflojado mucho el trabajo.

Escupió y volvió a echar a andar detrás de un soñoliento caballo, después de haberlo uncido al tren de carretillas vacías.

En aquel momento Etienne dominaba toda la región. Las profundas tinieblas no habían desaparecido, pero la mano del anciano le había hecho ver a través de ellas multitud de miserias, que el joven, inconscientemente, sentía en aquel instante a su alrededor, rodeándole en la extensión sin limites, por todas partes. ¿No eran gritos de hambre los que llevaban consigo aquellas ráfagas de viento frío de marzo, a través de aquellos áridos campos? Y el vendaval continuaba arreciando, y parecía llevar consigo la muerte del trabajo, una epidemia que había de causar muchas víctimas. Etienne se esforzaba por sondear las tinieblas, atormentado por el deseo, y a la vez por el temor de ver. Todo continuaba, sin embargo, oculto en el fondo de las sombras de aquella noche oscura, y no conseguía distinguir sino allá, a lo lejos, los resplandores de las hogueras de otras minas. Era de una tristeza de incendio, y no se veían más astros en el amenazador horizonte que estos fuegos nocturnos de las regiones de la hulla y del hierro.